La boda de Erika y Jokin es quizás una de las bodas que más me ha hecho reflexionar en los últimos años. Sentarme, tomar aire y pararme a pensar, algo para lo que en temporada de bodas, desafortunadamente, no tenemos mucho tiempo.
Todas estas reflexiones giraban en cuanto al termino LIBERTAD, y a los condicionamientos a los que nos enfrentamos aún sin quererlo cuando hablamos de las bodas. En vuestro caso, como parejas que os vais a casar, y en nuestro caso en cuanto a la libertad y la responsabilidad que tenemos como fotógrafas.
Conocí a Erika hace muuuuchos años por medio de nuestro amigo en común Lucas. Durante mucho tiempo hablamos largo y tendido por internet, e incluso estuve apunto de lanzarme a su aventura Australiana (me arrepentiré durante toda la vida de no haberlo hecho). Siempre me ha parecido una de esas personas a las que la seguridad, la confianza y el estilo natural les aporta una belleza que brilla por encima de todo. Tanto ella como Jokin llevan el buen gusto de serie. Podemos llamarlo "estilo" en el surf, "arte" en las fotos, "rollo" en el aspecto y "esencia" en la personalidad. (No podéis dejar de visitar su blog
FOLLOW THE VANE).
Durante años mantuvimos contacto vía internet o vía pequeños encuentros, en el Festival de Longboard de Salinas, en Deboolex, tomando unas sidras por Gijón… Y, las vueltas que da la vida, entre amigos y personas en común acabé haciendo las fotos de su boda.
Mi amiga Itzi (
la autora del fashion film de la campaña Ritual Lovers de Otaduy), íntima de Erika, me estaba contando que Erika y Jokin se casaban y que ella les iba a hacer el video, que iba a ser un fiestón y la buena pinta que tenía todo, y sin dudarlo ni un segundo le dije: Itzi, tengo un fin de semana libre en Agosto, el único de la temporada, si me cuadra… Me voy a hacerle las fotos. En ese momento y contra todo pronóstico, con muchas bodas a las espaldas, muchas en camino y un solo fin de semana en el horizonte, nada me podía apetecer más.
Al final los astros se alinearon y la fecha coincidió. Cuando le dije a Erika que quería hacer las fotos de su boda casi se muere de la emoción.
Ella no tenía pensada una BODA en mayúsculas; de hecho iba a ser una fiestecilla, entre amigos, sin ninguna pretensión, organizada en un par de meses, sin fotos, sin grandes vestidos ni grandes despliegues, solo por el placer de estar todos juntos y disfrutar. Y yo, a esas alturas de temporada, necesitaba exactamente lo mismo: relajarme y disfrutar, sin pretensiones, sin que nada dependiera de mi, sin que nadie esperara nada, con la libertad que te da saber que haces absolutamente lo que te da la gana y solo para ti. Hacer fotos sin pensar, arriesgar hasta donde quieras, volverme loca con la edición y ser parte de algo desde dentro para aprender de esa sensación y procurar no perderla nunca. Y la manera en que organizaron esta boda fue precisamente lo que mas me atrajo. Su libertad me dio mi libertad.
Muchas veces, todo lo que rodea las bodas se convierte en una parafernalia añadida en la que nos olvidamos de lo que realmente resulta importante. Un circo en el que si las flores tienen un tono mas rojo que rosáceo se origina un drama familiar, en el que que si el vestido de la novia tiene una arruga se convierte en drama de estado, y me rió yo del conflicto de Gaza cuando la madre de la novia tiene a bien decir que si la chiquilla en cuestión no va demasiado maquillada…
La boda de Erika y Jokin se encontraba totalmente en la franja opuesta. La misma mañana de la boda sus amigas, orquestadas por Ana Orozco, colgaban piñas de papel de los chinos a modo de decoración mientras bebían birras, un cocinero amigo utilizaba las instalaciones de una sociedad gastronómica de Zarautz para preparar comida fría que se pudiera mantener hasta la noche, la madre y la hermana de Jokin preparaban cientos de exquisitos postres caseros y Erika compraba sushi en el Eroski mientras Jokin intentaba bajo todos los medios hacer todos los recados para poder darse un último baño como soltero.
Mientras unos colgaban bolas de papel de unas cuerdas otros descargaban las sillas. Nada del último modelo dorado Imperio, ni las mas cool de Philippe Stark: las que la sociedad de festejos de Zarautz les había prestado para la ceremonia, las plegables, las de toda la vida. En un lateral de la casa un cocinero con estrella Michelín preparaba las brasas para una barbacoa, criollos y morcilla, sin excentricidades ni menús de 5 platos.
La decoración floral fueron arbustos y flores silvestres que recopilamos en el momento y metimos en las botellas de Coca-Cola que se iban acabando, entre llamadas y más llamadas en busca del tercer camarero que pondría las copas esa noche, junto con los dos hermanos pequeños de alguno de los invitados que se sacarían un sueldecillo en la "boda-fiesta" de aquella amiga de su hermana. Así todo.
Con esto no quiero tirar por tierra el trabajo de los grandes profesionales que normalmente trabajan para que una boda sea perfecta. Wedding planners, floristas, chefs, jefes de sala, camareros y demás profesionales del sector. Nada más lejos. Pero disculpen mi osadía cuando me atrevo a decir, tras muchas bodas a mis espaldas, que a veces se nos olvida realmente lo que una boda significa y nos perdemos en los detalles menos importantes.
Erika se preparó entre cervezas y pitis de liar, sushi del barato y amigas, muchas amigas. La que la maquillaba, la que la vestía, la que la fotografiaba. Fue la primera vez en unos preparativos de boda que yo estaba más nerviosa porque no me salía mi maldito eye liner y no conseguía peinarme decentemente que de tener una foto de revista. Y no os miento si os digo que fue maravilloso y que la foto de revista, a las pruebas me remito, la conseguí igual.
Hicimos pompones de lana para decorar la furgoneta, mientras escapábamos de los tábanos, bebíamos cerveza, disfrutábamos de las vistas del caserío de Itzi y fumábamos mientras nos pintábamos los labios en el retrovisor. Así, con la calma que siempre debería rodear todos y cada uno de los momentos previos.
Los nervios se convirtieron en sonrisas cuando al subir a la furgoneta empezamos a cantar, beber cerveza y bailar. Erika entró a la ceremonia conduciendo ella misma sin conseguir que se le calara la furgoneta ni una sola vez (todo un mérito para una novia nerviosa que conduce una antigua furgoneta prestada) . Allí la esperaban Jokin y su hija Kleo, y fue uno de los momentos mas bonitos del día.
La ceremonia fue a base de rezos surferos ideados por la cabeza pensante de Mikel Urigoitia y resultó un no parar de reír (y llorar). La luz me hizo el regalo de mi vida; sin haberlo pensado siquiera me obsequió con el mejor de los atardeceres durante los apenas 3 minutos que conseguí hacerles subir y bajar una colina para robarles algunos retratos. Sin forzar, con naturalidad, sin posar… Déjándoles que caminaran y que hablaran. Todo fluía. La luz, ellos, el paisaje, mis fotos…Sin ni siquiera planificar.
De la fiesta poco os puedo hablar, ya que servidora dejó la cámara y se dio a los GinTonics con una analógica compacta en la mano. Porque a esta boda se venía a disfrutar y parte de su gracia era que yo disfrutara como la que más… Y vaya si lo hice. Con Las Marines (María e Inés) Mario Azurza A.K.A
"El Ciruelo", RJ y Tincho a los platos, la fiesta siguió hasta que el sol volvió a brillar y allí bailó hasta el conductor del autobús. Pero eso ya es otra historia.
Erika y Jokin me han dado las gracias hasta la saciedad por las fotos de su boda. Pero lo que no saben es que yo les debo mucho más a ellos.
Publicada en
BIPPITY